OJOSDEPEZ ESTRENA ACUARIO NUEVO... Nuevo Sitio web - www.ojosdepezonline.com.ar

Hola gente... Estamos felices, ESTAMOS DE ESTRENO... Desde ahora en más, para los despitados que siguen entrando a ésta dirección, les avisamos que tenemos acuario nuevo: www.ojosdepezonline.com.ar

Ahí los esperamos con lo de siempre y un poquito más. Allí también van a encontrar todo el archivo de OJOSDEPEZ, desde el principio, mucho más ordenado....

Desde ya que jamás olvidaremos éste que fué nuestro primer charquito...

OJOSDEPEZ

CRÍMENES PERFECTOS

PALABRAS:
CRÍMENES PERFECTOS
Cristián Lagiglia
MÚSICA:
DE QUÉ...
Hernán Pesce - Cristián Lagiglia



CRÍMENES PERFECTOS


Su mano se hundió en los márgenes de un vestido rojo sangre cuyo escote trasero llegaba hasta donde comienzan las ansias. Él examinó todos los ojos de alrededor menos los ojos de ella, esos ojos ya eran de él, de su propiedad y solo lo podían mirar a él.

La quería tanto, tanto.

Se lo decía a cada rato. Por teléfono, en papelitos con pretensiones de cartas que dejaba en la mesita de luz, cuando la tenía enfrente.

La cuidaba tanto, tanto.

Siempre estaba atento a sus necesidades. Todo lo que ella lanzaba al aire como un suspiro para él se convertía en una orden, en un objetivo.

Siempre encontraba las formas y los momentos para estar encima de ella para asegurarse de que era feliz a su lado, de que no necesitaba a nadie más que a él para vivir su vida.

De a poco su trabajo fue quedando relegado porque ella se convirtió en un trabajo a tiempo completo que él hacía con gusto y también a destajo.

Empezó a recortar paulatinamente sus relaciones sociales porque comprendió que le robaban un tiempo precioso que solo quería tener para poder brindárselo a ella.

Se empezó a reír cada vez menos porque su única preocupación era que ella estuviera sonriendo, que se sintiera plena, que sus gracias fueran las únicas gracias que a ella le iluminaran el rostro.
Y una noche, esta noche, lo invadió una sensación terrorífica de miedo, de pavor palpable, el miedo atroz a perderla. Y se angustió hasta ahogarse en lágrimas ciegas sordas y mudas, mientras seguía bailando, escrutando a cada uno de los ojos amenazadores de los hombres que bailaban a su alrededor.

Se angustió al pensar que qué sería de la vida de ella sin su amor, sin su preocupación, sin su atención, sin su obsesión y ese miedo lo volvió loco.

Tomó su rostro con ambas manos, mirándola fijo a los ojos y sin decir una palabra, se aseguró y le aseguró que nadie en este mundo podía amarla como la amaba él.

Y esa noche que todavía era noche, después de la fiesta, mientras ella se acostó plácidamente en la cama que compartían y se aprestaba a soñar los sueños que él le había proporcionado, deambulando inconsciente en el limbo que él le había creado, ella se quedó dormida.

Él, tirado a su lado, contemplando con vanidad el universo que había elaborado en la persona de ella, pensó que ningún miedo se la podía arrebatar y que ella sería para siempre de él y de nadie más.

Y advirtiendo que ése miedo era el único flanco que había dejado sin cubrir, tomó el cuchillo y se lo enterró en el medio del corazón.

Y así otras treinta y dos veces más hasta asegurarse, y asegurarle, que nadie la podía matar como lo había hecho él.

SIGUIENDO LOS PASOS DEL MAESTRO

PALABRAS:
SIGUIENDO LOS PASOS DEL MAESTRO
Cristián Lagiglia
MÚSICA:
BETTER WAY (Ben Harper)
Hernán Pesce - Versión acústica 2010



SIGUIENDO LOS PASOS DEL MAESTRO

Me pareció que era él.
Desde lejos daba toda la impresión que era él, pero la verdad, no estaba tan seguro.
¿Qué hacía este hombre, ya entrado en años, peleando denodadamente con unos cordones rebeldes que no se querían atar por debajo de sus botines?
Me pareció que era él y no dudé un segundo en acercarme lo suficiente como para sacarme la espina.
Me pareció que era él y tenía mucha razón.

Sonreí para mi adentro y me fui a sentar con los pibes de mi equipo que estaban, como siempre, sentados en los bancos donde da el sol y cambiándose para empezar el partido.

Lo vi de lejos que dio unos saltitos cortos, cerca del área, más para darse confianza que para entrar en calor.
Lo presentí cansado, lo intuí hastiado y me pareció que no eran los años, sino la vida misma.

Inmediatamente me enfrasqué en la charla técnica que estaba dando uno de mis compañeros, pero no le saqué la vista de encima.
Se le acercó una pelota como pidiendo perdón y se quedó a dormir un segundo interminable en su empeine y luego, con torpeza, volvió a besar el césped y lejos de lo que en otro tiempo había sido el guante de su pie izquierdo.
Miró rápidamente para los costados como para asegurarse de que nadie había visto que la pelota no le había hecho ningún tipo de caso y dio un trotecito corto hasta ella y con el borde interno de la zurda, ese toque que no esconde ningún virtuosismo sino más bien seguridad, se la acercó a uno de sus compañeros que estaban entrando en calor.

Se alejó un poco del montón y se quedó mirando un rato al cielo, que ese sábado a la tarde se había vestido con sus mejores galas y que el sol lo acompañaba como Dios manda en un sábado a la siesta de picado.
Me pregunté en que estaría pensando o si acaso se estaría acordando de cuántos gloriosos partidos había jugado en algún sábado parecido a éste.

Me acuerdo perfectamente cuando mi viejo me decía, después de los tallarines del medio día, que agarrara la radio chiquita del Yayo y me pusiera un abrigo por las dudas, que nos íbamos a la cancha a ver jugar al Maestro.
Y el Maestro jugaba, y parecía que jugaba un partido para él solo, porque la pelota lo buscaba estuviera donde estuviera ubicado en la cancha, como dos pibes se buscan entre las sombras de un baile.
Y él la acariciaba, la escondía debajo de la suela de la zurda y no dejaba que ningún extraño del equipo contrario la tocara hasta que él decidiera darle destino de pecho de un compañero o de red si estaba cerca de la 18.

Me parece ahora escuchar cómo se agrandaba el murmullo en la popular cuando el Maestro la dormía en el muslo y como un bailarín del Colón sorteaba las gambas asesinas que lo único que querían eran que esa tribuna se callara.
También recuerdo que cuando hacía un gol no lo festejaba eufóricamente, si no que se quedaba pensativo y melancólico mirando como la pelota se acostaba a dormir una siestita eterna de pocos segundos en el fondo de la red hasta que el fastidio del arquero la despertaba y la mandaba de un patadón para el medio de la cancha.

Ahora lo tenía de rival y el partido estaba por empezar y él seguía absorto mirando ese cielo que lo miraba solo a él.
El silbato del árbitro me trajo a la realidad y vi como todos nos acomodábamos a lo largo y a lo ancho de la cancha buscando la mejor posición para poder recibir un pase y también vi como el Maestro, con un paso cansino, se movió unos metros y levantó la mano para avisarles a sus compañeros que estaba esperando, solo, que se la pasaran para hacer lo que él sabía hacer.

Pasaban los minutos y la bola no le llegaba o al revés, él no llegaba hasta donde estaba su amante, que ahora prefería volar por los aires después del que el número 3 le diera un voleo que le hizo doler todas las costuras.
Se lo notaba falto de distancia, lento, como dormido en un pasado que fue glorioso y del cual ya no tenía memoria.
Cuando le pasé cerca, sentí que sus pulmones bufaban como un bandoneón triste de ochava que no tiene quien lo escuche.
Lo vi apesadumbrado cuando la redonda iba directo hacia el encuentro de su zurda y sin ninguna explicación aparente, se le escurrió, como la vida, por debajo de la suela buscando la línea de cal.

Pasaron los eternos minutos que duran esas batallas en las que nos sentimos inmortales corriendo detrás de la pelota y no pude sacarme de la memoria esa tarde en la cancha de la Lepra, en la tribuna, pegadito del lado izquierdo de mi viejo, quizás para estar más cerquita de su corazón, y el Maestro la recibió en tres cuarto de cancha sin siquiera mirar hacia el suelo, como sabiendo que ella estaba ahí, como siempre.
La pinchó con la punta del botín para que tomara un poco de altura y la besó con los tres dedos del borde externo de la zurda para clavarla en un ángulo, de emboquillada, por arriba del arquero adelantado.
La cancha se vino abajo y vi a mi viejo tan feliz y abrazándose con desconocidos, que me bastó unos segundos para entender que eso era la magia.

Ahora, el partido ya se extinguía y yo veía al Maestro deambular como un alma en pena por la punta izquierda, buscando el aire que le faltaban a sus pulmones en los recovecos del banco de suplentes.
Se moría el partido y por esas burlas del destino, la pelota le llegó al Maestro, como buscando refugio en alguien que la tratara bien.

Lo vi tomar aire y matarla con el pecho como en sus tardes más gloriosas y también vi que nadie se molestó en ir a marcarlo, ¿para qué?, si el viejo ése se marca solo, como habíase burlado alguien un rato antes.

La pelota bajó con calma por su pecho y se ladeó para el lado izquierdo, como sabiendo, y vi el brillo incandescente de sus ojos como riéndose de un secreto que solo ellos dos sabían.
La acomodó un poquito y le enterró la zurda en el gajo preciso y ella viajó con boleto de ida para guardarse por el resto de la eternidad en el fondo del arco.
Nos quedamos absortos, nos miramos unos a otros y no lo podíamos creer, sin embargo él, miró con melancolía la lejanía de la redonda y le clavó los ojos a ése cielo que solo lo miraba a él y le guiñó un ojo.

Se terminó el partido. Después de esto ya no podía seguir.

Me quedé en un rincón juntando mis cosas y vi como mi hijo se acercaba a consolarme por la ajustada derrota y me preguntó un poco con interés y otro con sorna, que quién era el viejo que nos había hecho semejante gol.

-El Maestro, hijo, tu abuelo me llevaba cuando era chico a la cancha a verlo jugar.

Cruzamos toda la cancha de la mano con mi hijo y lo vi sentadito, solo, todavía peleando con la rebeldía de los cordones de sus botines, ahora para sacárselos.

-¡Grande Maestro!, solo atiné a decir.

-Gracias pibe...

-Nos vemos el sábado que viene, Maestro.

No me contestó, se quedó con los ojitos entrecerrados y con una sonrisa tatuada en la boca, esa sonrisa de quién sabe un secreto y no te lo puede contar y mirando a ese cielo, que parecía que solo lo miraba a él.

Al otro sábado ya no volvió.

...dedicado a todos los que alguna vez dieron alegrías
dentro de una cancha de fobal...

SETECIENTOS TREINTA DÍAS DE ELLOS

PALABRAS:
SETECIENTOS TREINTA DÍAS DE ELLOS
Cristián Lagiglia
MÚSICA:
No necesito nada (NTVG)
Hernán Pesce - Versión acústica 2010




SETECIENTOS TREINTA DÍAS DE ELLOS

Lo particular de la historia que les voy a narrar es que me la contaron en vivo y en directo y está desprovista de conjeturas e imaginación mía. Los protagonistas existen (como muchos de las historias de OJOSDEPEZ) y es un relato que me contó El Tipo (protagonista de la historia) y que me tomó de sorpresa, como te toman de sorpresa esas cosas que no estás esperando. La versión de La Chica no la tenemos y es algo por lo que yo estoy esperando para empezar a escribir un libro que hable solamente de la versión de ella. Tenemos toda la vida para esperarla. Y toda la vida para escribirla.

Un día La Chica le pidió al Tipo, que estaba desayunando con su hijo en el lugar habitual, si le podía grabar varios discos para hacerles un obsequio a sus amigas para El Día del Amigo. El Tipo tomó nota y solo pensó en los cincuenta mangos que se iba a embolsar gracias al encargo.

Unos días después (un día antes del Día) La Chica le preguntó al Tipo (que nuevamente estaba desayunando en el mismo lugar) si conocía algún bar donde pudiera hacer reservas para festejar el mencionado día, esgrimiendo la excusa de que todos los lugares a los que ella había llamado estaban colapsados por la demanda de la gente que siempre se apelotona en todos los lugares para esa fecha. El Tipo, con la inocencia que da la ignorancia, le dijo que sí, que él tenía un amigo que tenía un bar recién inaugurado y le pasó el número telefónico para que ella pudiera hacer la reserva correspondiente. El Tipo solo pensó en lo bien que le vendría a su amigo tener mucha gente para ése día en el bar y se sintió realmente bien por poder darle una mano. Lo que no entendió en ese momento fue porque causa no le entregó los discos ahí mismo ya que los tenía terminaditos y encima, guardados en su bolso.

Cuando por fin llegó el día El Tipo se dio cuenta, revolviendo su bolso, de que no le había entregado los discos a La Chica y puteó por lo bajo por el olvido y cuenta la leyenda (y ya sabemos que las leyendas nunca son exactas) que le mandó un mensaje de texto para ver donde se los podía entregar de forma urgente, ya que a la noche era el festejo. La Chica le contestó que simplemente se los llevara a la noche al bar del amigo del Tipo, y le agradeció porque ya le habían tomado la reserva. El Tipo volvió a putear por lo bajo ya que no pensaba ir al bar esa noche. Pero cincuenta mangos son cincuenta mangos, pensó.

El Tipo tiene un amigo que es muy fiel (lo es porque nunca se separa de él) y que realmente es un arma de doble filo. Se le presenta de las formas más diversas. Algunas veces puede tomar forma humana, otras veces puede ser una esquina, otras veces puede ser un semáforo con las tres luces en verde. Como es una entidad maquiavélica, El Tipo ha convenido consigo mismo en llamarlo Destino.

Promediando la tarde anterior al festejo del Día del Amigo, El tipo estaba fumando apoyado en su ventanal (que apuntaba hacia la libertad) y su hijo que andaba revoloteando por el sucucho vio los discos y le preguntó para qué y para quienes eran. El Tipo le contó muy por encima la secuencia de hechos que hicieron que esos discos estuvieran todavía sobre su mesa e irónicamente le dijo que nunca iban a llegar a destino porque había decidido que no iba a ir al bar esa noche.

El hijo del Tipo hizo un silencio de unos veinte segundos y como corporizando al ente maquiavélico del cual les hice mención, se pasó una hora entera tratando de convencer al Tipo de que no podía despreciar cincuenta pesos, de que no le podía hacer eso a La Chica, que estaría buenísimo de que fueran al bar a llevarlos y de paso cuando dieran las doce podía saludar a su amigo por El Día Del Amigo y demás argumentos que El Tipo no pudo (no quiso) refutar. El tipo no entendió, en ese momento, que lo único que quería su hijo era pasar su primera noche de bares y que lo estaba manipulando para que se fuera a cambiar y partieran hacia el bar. Al cabo de un rato, se pusieron lindos (al Tipo le costó mucho más que al pendejo) y partieron.

Cuando llegaron se sentaron en la barra porque el lugar estaba atestado de gente y regada por una Coca Cola bien fría y una copa de vino fino natural, El Tipo y su hijo se enfrascaron en una conversación sobre los amigos, la amistad y las lealtades. El Tipo solo estaba esperando que se hicieran las doce, fundirse en un abrazo con su amigo, apurar el último sorbo de vino y agarrar a su hijo del brazo y volverse a su casa para descansar.

Dicen las malas lenguas que a veces cuando no estás esperando nada te empieza a pasar todo.

En medio de la conversación notó que su hijo corrió la vista de sus ojos y empezó a mirar por encima de su hombro y El Tipo se sorprendió como, inesperadamente, se le iluminó la cara al pendejo. Cuando El Tipo giró para ver qué es lo que estaba mirando su hijo vio a La Chica parada a sus espaldas.

Es imposible contar acá lo que me describió El Tipo que le pasó (cuando me contó la historia personalmente) pero en tren de ponerme riguroso con la narración algo les voy a poder transmitir. El Tipo me dijo que cuando la vio sintió que se le paró el corazón por tiempo indeterminado, que escuchaba que él hablaba con ella pero que sabía que no lo estaba haciendo él, las palabras se las estaba articulando el mismísimo alma. Me contó que sus ojos (que ya la habían visto varias veces pero que nunca la habían mirado) estaban delante del ser más hermoso que alguna vez habían tenido la suerte de mirar. Que le temblaban las manos, que le temblaba todo el cuerpo y que nunca se había sentido tan indefenso y tan feliz como en ese preciso momento. Que La Chica tenía los únicos ojos que él había visto en su vida, que tenían tatuada la verdad, dijeran lo que dijeran sus palabras.

Cuando volvió en si (me contó el tipo), le agradeció sin palabras a su HIJO-DESTINO por la insistencia y la manipulación de los hechos y sacando los discos del bolsillo, se los entregó a La Chica y no se los quiso cobrar. El Tipo sabía que las alegrías se pagaban con otras alegrías y él se consideraba totalmente pago con solo tenerla enfrente.

La chica aceptó el regalo algo sonrojada y prometió pagar un vino que tomarían juntos para devolver el gesto generoso que había tenido para con ella El Tipo, esto sin percatarse del desastre manifiesto que ella ya había ocasionado en él. Para todo el viaje.

Si tomaron o no tomaron ese vino...ésa ya es otra historia.

Esta simple historia que les conté hoy cumple dos años y yo, cuando den las doce y un segundo del martes 20 de julio de 2010, en el instante en que por mi cabeza y mi corazón pasan las caras de todos los hermanos que me dio la vida y que tengo diseminados por el mundo y a los cuales amo con todo lo que me da el cuero, también voy a levantar la copa en honor del Tipo y La Chica y brindaré por los amores que matan, que le dan el significado de eterna a la vida y que nunca mueren y también por hacerme partícipe de esta historia de amor que para mí es la más bella de la que alguna vez haya tenido noticias.

Por setecientos treinta días de ellos.


a La Chica y al Tipo...ojala que estén sonriendo.


A USTED, DOCTOR, LE PREGUNTO...

PALABRAS:
A USTED, DOCTOR, LE PREGUNTO...
Cristián Lagiglia
MÚSICA:
Good Riddance (Time of Your Life) (Green Day)
Hernán Pesce - Versión acústica 2010




A USTED, DOCTOR, LE PREGUNTO...

El “Doctor” me atrapó en una de mis mesas de McDonald’s (las del rincón de los jubilados, en las que da el solcito) y yo estaba sin mi disfraz de OJOSDEPEZ. Cómo supo quién era yo es una cuestión que le formulé luego de las presentaciones formales del caso y a la cual hizo caso omiso de contestar.

Unas entregas atrás había tenido para conmigo un puñado de palabras que entendí elogiosas hacia mi escritura y que también tomé con simpleza, como a todos los comentarios del blog. Sabía que él era Doctor, lo que no sabía era en qué era instruido.

Digamos, para describirlo, que es un hombre de no más de cincuenta años con vestimenta que aparenta más de sesenta. Digamos que tiene una labia seductora y cadenciosa y que una vez que va al grano es agradable escucharlo y seguirle el tranco en la conversación. Esto a modo de presentación del personaje. Luego de una hora de charla y mi atención metafísica a ciertos gestos, me dan herramientas suficientes para hacer una descripción más exhaustiva, si se quiere, pero no amerita en este caso aburrirlos con detalles nimios.

Yendo directamente al nudo de la cuestión que tampoco se demoró en develarme, solo revolvió con impaciencia su café y ahí nomás arrancó, el motivo por el cual se había sentado a mi mesa era porque estaba realmente ofuscado por lo que detallé en la entrega anterior (SI YO FUERA DIOS).

Dentro de su pseudo monólogo me inquiría en términos ni amistosos ni violentos mi falta de principios morales y religiosos al ponerme yo, literariamente hablando, en el lugar de Dios y más enojado estaba con mi atrevimiento a cuestionar la creación que había hecho Dios de mi persona. Palabras más, palabras menos, me chantó en la cara que yo era un hijo e’ puta desagradecido hacia la gracia que había tenido hacia mi persona el Gran Gerente del Universo al hacerme a su imagen y semejanza y que yo no tenía el derecho divino a revelarme contra esa gracia.

Después de que me clavara la segunda medialuna quemadita logré esgrimir, creo que sin lograr que me escuchara, eso de que yo no había tenido ni voz ni voto en eso de venirme a la vida y mucho menos injerencia en elegir algunos de mis atributos espirituales, físicos y mentales. Prestó atención, si, y se enajenó aún más, cuando dije mi propia teoría de que en mi vivían tanto Dios como el Diablo y que yo era un simple vehículo para que estos dos desfachatados farsantes se pronunciaran. Estaba hablando de mí, de mi creencia o en todo caso de mi teoría, en ningún momento estaba hablando de toda la humanidad, pero eso no me lo dejó aclarar.

Dentro de su vocabulario de alto nivel de abstracción no pudo disimular su ira y para ese entonces ya no estaba hablando de mi escritura sino más bien de mis creencias y creyendo que en base a un simple escrito aparecido en un blog él ya podía saber automáticamente de que madera estaba hecho mi ser y con cuantas cucharadas de Nesquik me gusta la chocolatada. Tengo que admitir que, llegado a este punto de la conversación, sus diplomas y logros académicos ya me chupaban tres huevos y había logrado atrapar mi atención y así, conseguir que mis palabras subsiguientes tuvieran los puños cerrados y los colmillos bien afilados.

Descanso: es muy difícil, por lo menos para mí, encontrar personas con las cual discutir ideas o ideales en donde los tiempos verbales, los adverbios y la semántica se encuentran en el lugar donde deben ir y eso hizo que se encendiera en mi una pasión inédita para poder llevar la discusión un poquito más allá. Luego de esta aclaración y breve descanso, prosigo.

Cuando le expliqué detalladamente que mi problema no era la creencia o no de la existencia de Dios (para algunos Dios es todo, para otros una idea, para Fito Páez una máquina humo), que mi problema eran los tipitos que se apropiaron del derecho de interpretar sus palabras y con ello hacer que la colocación de una simbólica piedra hoy tenga techos de oro, fue ahí que la gruesa vena que adornaba una de sus sienes se puso como el cauce del río que atraviesa a Tartagal, a punto de desbordarse y a que aconteciera el desmadre. Fue ahí que le vi en sus ideas la hembra de basto, fue ahí que mostró sus cartas y ahí fue cuando, equivocado o no, solté mi lengua y me despaché a gusto y piacere sobre lo que pienso de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

Fui muy claro y tajante cuando aduje que aborrecía que luego de la liturgia, luego del sermón y su bajada de línea prosiguiera el tercer y gracioso acto de la limosna que en el mayor porcentaje de los casos había ido a parar a los techos de oro de los que le hice referencia y nunca hacia los más necesitados (salvando escasas excepciones.). Fui vehemente en marcar la complicidad y el “avestrucismo” que ha caracterizado a la iglesia y hemos visto de manifiesto en cada uno de los gobiernos de turno que nos hemos sabido proveer. Fui procaz y malintencionado cuando le dije que tantos títulos y doctorados no lo habían acercado hacia la orilla del entendimiento y que mi simple escrito solo conllevaba una idea de lo que me “convendría ser “en caso de tener la posibilidad de no ser yo mismo y así poder agradar en ciertas situaciones en las que realmente soy desagradable y que si ponía a mi Dios como cómplice, bueno, solo era una idea para no sentirme tan solo y tener a alguien, que supuestamente me creó, como el culpable de todos los males que me aquejan.

En ese instante de mi diatriba se levantó y me dijo (palabras textuales) que él era un fiel representante de la Iglesia Católica (un sacerdote, no?) y que gente aborrecible como yo no tendría que caminar por este mundo en el que camina gente como él (y acá debe haber agregado a los putos, los drogones, las madres solteras, las que quieren abortar, los que tienen ideas que no son funcionales con sus ideas, etc.). Y se fue.

Doctor, cura, teólogo, facho, o lo que carajo sea con lo que te ganás el sustento diario, dejame decirte, perdón lo voy a tratar con un respeto que no le tengo, déjeme decirle que la verdad no sé si me merezco caminar en este mundo, que sí creo en el dueño del circo (Dios) y para nada en los payasos (Usted) en los que tercerizó su empresa de entretenimientos, y que cuando yo era chiquito leí una frase de un flaco aparentemente zarpado de onda que decía: “Dejad que los niños vengan a mí”.

Siempre creí que esa frase era todo amor y que esa frase era para que los niños se acercaran a un Ser y en él encontraran el amor y no para que los manosearan, los abusaran, los lesionaran física y mentalmente y literalmente les cagaran la vida.

A usted Doctor, que es un fiel representante de la Iglesia Católica, le pregunto si esa frase quería decir otra cosa y yo en mi ignorancia y “mi falta de principios morales y religiosos” la entendí mal.

SI YO FUERA DIOS

PALABRAS:
SI YO FUERA DIOS - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
CHAMPAGNE SUPERNOVA (Oasis) - Hernán Pesce - Versión acústica 2010



SI YO FUERA DIOS

Cierro los ojos y acepto a regañadientes que YO SOY YO gracias a la intervención divina de un Dios que habita en los cielos o vaya saber dónde y que me hizo a gusto y piacere para ser yo un fiel reflejo de su perfección.

Si acepto y entiendo que todo lo que me rodea lo ha puesto ante mis ojos ese mismo Dios para que lo disfrute, lo ame, lo destruya, me hago la pregunta de que sería yo si, en vez de a Él, me hubiera tocado la suerte a mí de ser el hacedor de todas las cosas.

Si yo fuera Dios me haría mudo y me cercenaría cualquier posibilidad de poder expresar que es lo que amo, que es lo que me duele, que es lo que me molesta, que es lo que quiero dar y eso me daría un manto de invisibilidad para que nadie me note y no tendría que aburrir a nadie con lo que me pasa.

Si yo fuera Dios me haría un ser conformista y así poder disfrutar de lo poco que me toca y no jodería a nadie con mi ansiedad de querer cosas que no me corresponden.

Si yo fuera Dios me haría a mi mismo Contador Público Nacional o escribano y arrancaría los múltiples colores que pueblan mi vida y colocaría, como un decorador mediocre de interiores, todo un rotundo y contundente gris con tal de tener la seguridad de poder llegar a fin de mes y me proveería de una esposa aburrida y formal (como yo) que lo único que quiera en su vida sea quererme, esperarme y desearme por más que yo no quiera lo mismo y prefiera quedarme haciendo asientos contables o firmando autorizaciones antes que estar con ella.

Si yo fuera Dios me acribillaría con una ráfaga de ametralladora a todas las insoportables mariposas que revolotean en mi estómago a causa de esta sensación nueva de inestabilidad que han sabido rotular los sabios con el nombre de amor.

Si yo fuera Dios me dotaría de una paciencia infinita, porque la persona que es paciente lo es porque no espera absolutamente nada y estaría en un limbo de tranquilidad al no tener que esperar nada y no con esta ansiedad asesina que da la esperanza.

Si yo fuera Dios me extirparía para siempre ese egoísmo químico que me producen los celos de querer para mí y solo para mí, ciertos corazones que laten en un compás desacompasado y distante con respecto al mío.

Si yo fuera Dios me entrenaría a mi mismo hasta llegar a cinturón negro de taekwondo para poder tener a mano un arma letal que sabría utilizar a discreción por la sabiduría oriental que transmite su enseñanza y no tendría que usar esta lengua de mierda que tengo que cada vez que la suelto solo causa daños irreparables y agrega más confusión al panorama, por más que las palabras que está pronunciando sean de una amor incondicional.

Si yo fuera Dios me sacaría el miedo al agua y en su lugar me inocularía un miedo visceral al amor, al futuro, a jugarse la vida por otra persona, a quedar como un ganso por mostrar lo que transpira el corazón y así podría nadar muy sueltito de cuerpo por aguas profundas y cuando pise tierra firme, ahí me estarían esperando, urgentes, todos mis miedos y me mantendrían alerta y no me dejarían cometer errores garrafales, como no cometo, ahora, el error de meterme al agua.

Si yo fuera Dios me haría menos miserable ante un par de ojos que me interesan lo que miran cuando me ven y ya que estamos me convertiría en un ser un tanto más inalcanzable y deseado para esos ojos y no esta “cosa” en que me he convertido, tan fácilmente manipulable y...miserable.

Si yo fuera Dios me haría dormir ocho horas, tener las cuatro comidas del día, me haría más joven, me prohibiría escribir, me convertiría a mí mismo en un ser que brinde hacia fuera, hacia los demás, un manto onírico de seguridades, me espantaría los fantasmas paranoicos que me acechan desde el amor porque literalmente me prohibiría sentir amor, me llenaría de abundancia las alacenas y la heladera a cambio de vaciarme el corazón y el alma, con tal de tener una vida normal y en la que cuaje y sea bien visto ante los ojos ajenos.

Si yo fuera Dios me preocuparía solamente por mí y con eso, solamente, tendría un laburo mayúsculo, pero como Dios que soy, no pararía hasta convertirme en una persona perfecta.

Viéndome en el espejo del hoy y aceptando lo que soy y pensando en lo que me cambiaría (para poder caerte en gracia) si yo fuera realmente Dios, caigo en la cuenta de que nada es perfecto en este universo, ni siquiera Dios...porque yo soy una prueba fehaciente de su propia impericia e ineptitud.

SO WHAT?

PALABRAS:
SO WHAT? - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
HUNTING HIGH AND LOW (A-Ha) - Hernán Pesce - Versión acústica 2010




SO WHAT?

Se miraron a la distancia, se alcanzaron a divisar a través de un rascacielos de discos que de un momento a otro se convirtieron en un detalle menor.

La distancia que los separaba era de siete baldosas, pero a simple vista, para ellos, era caer en un esfuerzo mayúsculo para sus cuerpos, tan ajetreado por la vida misma y la rutina diaria.

Se les dibujó una sonrisa en la cara al reencontrarse después de un día agotador y emprendieron la marcha.

Las baldosas se iban extinguiendo debajo de sus pasos y en ningún momento se sacaron la vista de encima.

En el camino cada uno en su mente fue paladeando los deseos que querían compartir, los proyectos que los iban a encontrar uno al lado del otro, las batallas por pelear que la vida les iba a ir arrojando a medida que fueran despuntando el vicio loco de vivir.

Los dos corazones latían como si fuera uno solo. Latían con el mismo sentimiento, ése, el de encontrarse después de tanto tiempo, de tanta lucha, de tanta perseverancia, de tanta espera.

Cada uno, a su vez, esperaba ansiosamente poder darle al otro lo que llevaba guardado en el alma y que solo lo hicieron crecer durante todo este tiempo que no pudieron estar juntos para poder ofrecerlo como algo que solo nació para entregárselo al otro.

Y se hablaron sin idioma, se sintieron tan cerca que se borró de un plumazo la sensación de soledad que llevaban acumulando en las orillas del corazón, se saborearon, antes de chocarse, como se saborea la comida cuando está en vías de preparación.

Sin haber buscado nada acababan de encontrarlo todo porque sabían que solamente juntos iban a poder sentirse completos y ya sus bocas explotaron en una fiesta de risas que desbordaban los cauces de las comisuras.

El viento del ventilador, a sus espaldas, los acercaba a buen puerto y ya sabemos, cualquier puerto es buen puerto si estás con quién tenés que estar.

Al cabo de varios minutos en los que me liquidé dos cigarrillos y varios sorbos de vino, ellos consiguieron llegar a olfatearse, a mirarse fijo a los ojos, a degustarse en roces que convierten a la nada imposible en un todo perfecto.

En el aire sonaba So What? de Miles Davis y con una mirada cómplice y certera, las dos hormigas, en silencio, mientras se besaban, me lo agradecieron.


a quién corresponda.-